“Dadme una palanca y moveré el mundo”
Desde muy temprana edad nos enseñan a
analizar los problemas, a fragmentar el mundo. Al parecer esto facilita las
tareas complejas, pero sin saberlo pagamos un precio enorme. Ya no vemos las
consecuencias de nuestros actos: perdemos nuestra sensación intrínseca de
conexión con una totalidad más vasta. Cuando intentamos ver la “imagen
general”, tratamos de ensamblar nuevamente los fragmentos, enumerar y organizar
todas las piezas. Pero, como dice el físico David Bohm, esta tarea es fútil: es
como ensamblar los fragmentos de un espejo roto para ver un reflejo fiel. Al
cabo de un tiempo desistimos de tratar de ver la totalidad.
Las herramientas e ideas presentadas en
este libro están destinadas a destruir la ilusión de que el mundo está
compuesto por fuerzas separadas y desconectadas. Cuando abandonamos esta
ilusión podemos construir “organizaciones inteligentes”, organizaciones donde
la gente expande continuamente su aptitud para crear los resultados que desean,
donde se cultivan nuevos y expansivos patrones de pensamiento, donde la
aspiración colectiva queda en libertad, y donde la gente continuamente aprende
a aprender en conjunto.
Como decía recientemente la revista Fortune:
“Olvide sus viejas y trilladas ideas acerca del liderazgo. La empresa de
mayor éxito de la década del 90 será algo llamado organización inteligente”. Y
Arie de Geus, jefe de planificación de Royal Dutch/Shell, ha declarado: “La
capacidad de aprender con mayor rapidez que los competidores quizá sea la única
ventaja competitiva sostenible”. Al crecer la interconexión en el mundo y la
complejidad y el dinamismo en los negocios, el trabajo se vincula cada vez más
con el aprendizaje. Ya no basta con tener una persona que aprenda para la
organización, llámese Ford, Sloan o
Watson. Ya no es posible “otear el
panorama” y ordenar a los demás que sigan las órdenes del “gran estratega”. Las
organizaciones que cobrarán relevancia en el futuro serán las que descubran
cómo aprovechar el entusiasmo y la capacidad de aprendizaje de la gente en
iodos los niveles de la organización.
Las organizaciones inteligentes son
posibles porque en el fondo todos somos aprendices. Nadie tiene que enseñar a
un niño a aprender. En rigor, nadie tiene que enseñar nada a un niño. Los niños
son intrínsecamente inquisitivos, aprendices hábiles que aprenden a caminar,
hablar y apañárselas por su cuenta.
Las organizaciones inteligentes son
posibles porque aprender no sólo forma parte de nuestra naturaleza sino que
amamos aprender. En alguna ocasión la mayoría hemos formado parte de un gran
“equipo”, un grupo de personas que juntas funcionaban maravillosamente, se
profesaban confianza, complementaban mutuamente sus virtudes y compensaban
mutuamente sus flaquezas, que tenían metas comunes más amplias que las metas
individuales, que producían resultados extraordinarios. He conocido a muchas
personas que han experimentado esta profunda labor de equipo, en los deportes,
en las artes dramáticas o en los negocios.
Muchas han pasado gran parte de su vida
procurando reencontrar esa experiencia. Lo que experimentaron fue una
organización inteligente. El equipo no era magnífico desde un principio, sino
que aprendió a generar resultados extraordinarios.
Se podría argumentar que la comunidad
internacional de negocios está aprendiendo a aprender en conjunto,
transformándose en una comunidad abierta al aprendizaje. Aunque antaño muchas
industrias estaban dominadas por un líder indiscutido —IBM, Kodak, Procter
& Gamble, Xerox—, las industrias actuales, especialmente en
manufacturación, cuentan con varias compañías excelentes. Las empresas
americanas y europeas siguen el ejemplo de las japonesas; las japonesas, a su
vez, siguen a las coreanas y europeas. Se producen notables mejoras en las
empresas de Italia, Australia y Singapur, y pronto difunden su influencia por
todo el mundo.
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