El hombre ha experimentado
mucho.
Nombrado a muchos celestes,
desde que somos un diálogo
y podemos oír unos de otros.
Hölderlin
La hermenéutica contemporánea(1) se
establece como una “filosofía de la comprensión del ser a través de la
interpretación del lenguaje”(2), que cumple con la función de mediación. Es en
este sentido que la hermenéutica sitúa al lenguaje como una teoría y práctica
medial (apertura lingüística), permitiendo el traslado del logos(3) al
mythos(4). Es decir, la apertura del lenguaje que es relación (implicación)
logra que la propia relación se accidente “como un logos de su mythos”(5). Se
establece así una hermenéutica relacional que describe al mundo como
representación (o apariencia o simulacro) “a modo de límite trágico”(6). La
relación es una coimplicación de los elementos constitutivos del encadenamiento
de simulacros, que consigue la transferencia del ser-lenguaje al ser-relación.
Como atinadamente escribió Marco Aurelio: “Todo está entrelazado entre sí y la
ligazón es sagrada” (7).
Heidegger nos dice que el ser
del hombre se funda en el habla, el cual acontece primero en el diálogo. Por
tanto, los seres humanos somos un diálogo, es decir, podemos comunicarnos,
expresarnos, interpretarnos mutuamente. Somos un diálogo en el instante en que
el tiempo se desgarró en pasado, presente y futuro. Con el surgimiento del
tiempo el hombre se hizo histórico (8).
Desde que el diálogo y su
unidad son portadores de nuestra existencia, el hombre ha experimentado grandes
cosas y nombrado muchos dioses. Cuando el habla aconteció como diálogo se
presentaron los dioses en la palabra y surgió un mundo. El diálogo, que somos nosotros
mismos, se refiere al pronunciamiento del nombre de los dioses y, gracias a
esto, logramos constituir el mundo en la palabra. Desde el momento en que los
dioses nos transmitieron el diálogo, desde que el tiempo es tiempo, la base de
nuestra existencia es un diálogo(9).
De ahí, pues, que Heidegger
afirme que “los dioses sólo pueden venir a la palabra cuando ellos mismos nos
invocan, y estamos bajo su invocación. La palabra que nombra a los dioses es
siempre una respuesta a tal invocación. Esta responsabilidad brota, cada vez,
de la responsabilidad de un destino. Cuando los dioses traen al habla nuestra
existencia, entramos al dominio donde se decide si nos prometemos a los dioses
o nos negamos a ellos”(10).
En este punto de nuestra
disertación surgen las siguientes interrogantes: ¿cómo se inicia este diálogo
del cual somos parte? ¿Quién realiza aquel nombrar de los dioses? ¿Quién
percibe el discurrir del tiempo que desgarra algo permanente y lo detiene en
una palabra, en un símbolo? Para dar respuesta a estas interrogantes es
necesario valernos de una hermenéutica filosófica.
Pero ¿qué es la hermenéutica? El origen y el significado simbólico de esta
palabra lo encontramos en el dios alado Hermes, mediador entre la divinidad y
la humanidad. Es el dios de la palabra y la interpretación. La palabra griega
hermeneia que significa interpretación o expresión, insufla sentido a la
actividad mediadora de Hermes que traduce, traslada, transcribe la voluntad
divina a un lenguaje accesible a los hombres. Asimismo, Hermes se vincula con
la palabra hermeneuein que se refiere al arte o técnica del hermeneutés o
intérprete que traduce a un lenguaje comprensible lo dicho o referido de un
modo incomprensible, ininteligible: el hermenutés realiza la acción de explicar
o de "significar algo hablando" (Aristóteles) (11).
La versatilidad, complejidad y universalidad de la figura de Hermes olímpico se
debe a los vasos comunicantes que se tejieron con figuras de otras mitologías
como, por ejemplo, la romana (mercurio), la celta (Lug) y la egipcia (Toth). En
el arte paleocristiano se le relaciona con el Buen Pastor o Hermes psicopompo
(acompañante de almas). El nombre de Hermes también se relaciona con los
montones de piedras utilizados como mojones o señales a lo largo de los
caminos, indicando puntos sagrados o lugares de culto por ser espacios de poder
que simbolizan la perenne unión de los contrarios, del cielo y de la tierra. De
aquí se desprende que Hermes sea el dios de los linderos y las encrucijadas, de
las puertas y las fronteras. Por su misma naturaleza Hermes es un dios
mediador, una figura arquetípica que se encuentra entre dos partes,
estableciendo la comunicación entre ellas.
El origen etimológico de
Hermes lo hallamos en el contenido de la palabra herma-hermax, que se refiere a
la señalización de un lugar intermedio o intermediario; y en la palabra
hermeneía-hermeneús, que muestra a Hermes como transmisor, ángel y revelador de
un mensaje, es decir, como mediador entre quien pronuncia el discurso y quien
lo recibe. Como podemos ver la función de mediación que cumple Hermes lo hace
idóneo para asociarlo a la noción de hermenéutica (12).
Es conveniente para el
presente ensayo acudir a las fuentes mitológicas que narran y describen la
naturaleza y los hechos de Hermes (13). De esta forma podremos aplicar un
análisis hermenéutico que permita desvelar el sentido del lenguaje, que es al
mismo tiempo descubrimiento y encubrimiento, desocultación y ocultación. De
aquí, pues, que sea necesario apoyarnos en la técnica o arte de la
interpretación (14). El lenguaje tiene un sentido que va más allá de lo
propiamente dicho, un sentido oculto a la visión directa o aparente y a la que
se accede mediante una visión transversal, en la que interviene la mediación de
la imagen, del símbolo, del arquetipo.
Así pues, dice el Himno
homérico a Hermes que este dios nació en el monte Cilene, como consecuencia de
los amoríos entre Zeus y la ninfa Maya. Desarrollándose con rapidez asombrosa
se transformó en un muchacho y, tan pronto como pudo, partió en busca de
aventuras. En Pieria, Hermes decidió robarle a Apolo su ganado de vacas. Pero
temiendo que lo descubrieran por el rastro de las huellas, confeccionó
herraduras con la corteza de un árbol y las amarró con hierbas trenzadas a las
pezuñas de las vacas. Con esta estratagema Apolo fue engañado por su hermano.
Intentó encontrar sus vacas, pero los esfuerzos fueron en vano y se vio
obligado a ofrecer una recompensa por la captura del ladrón. Sileno y sus
sátiros, obsesionados por la recompensa, emprendieron la búsqueda durante largo
tiempo, sin conseguirlo. Sin embargo, algunos de ellos en su paso por Arcadia
escucharon una música muy bella y cautivadora. La ninfa Cilene les dijo que un
niño de gran talento había nacido recientemente en la cueva de ese monte y que
ella era su niñera. Hermes había elaborado ingeniosamente con la concha de una
tortuga y algunas tripas de vaca un instrumento musical, la lira, para arrullar
a su madre Maya.
Este episodio hace patente el ingenio
de Hermes, que insufla de genio al mundo, a las cosas, a las ideas. Su música
maravillosa e improvisada descubre al dios como artista (al igual que Orfeo y
Apolo) y creador (al igual que su padre Zeus). Hermes transgrede al orden
divino robando las vacas de Apolo, pero también obedece al orden divino pues
las sacrificará a los dioses. Así, para poner en movimiento el proceso creativo
Hermes une y transmite; para ejercer la acción transgrede y obedece.